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{ 22 – I } [ Firma invitada ] Noemí Pastor, de Boquitas Pintadas

by en 22/01/2014
Una de las mejores cosas que he hecho en mi vida
Una de las mejores cosas que he hecho en mi vida ha sido estudiar (o aprender, como queráis) francés. Lo hice al modo clásico: asistiendo a clase varios días a la semana, con cuaderno y boli; nada de autoaprendizaje ni sesiones solitarias frente al ordenador. Sin desdeñar para nada esos métodos, ¡ojo!
Y cuando digo que es de lo mejor que he hecho en mi vida no me refiero solo al resultado o al fruto de ese aprendizaje, que es bueno, muy bueno, sino también al proceso mismo de aprender, porque gocé aprendiendo; y todavía no he acabado, claro, porque no hace falta ni decirlo: te pongas a estudiar lo que te pongas, nunca lo sabrás todo.
El año nuevo tiene aún corta vida y entre los buenos propósitos típicos y tópicos que nos solemos plantear suele estar el de estudiar idiomas. Pues bien: si alguien se lo ha propuesto, estas líneas son para darle ánimos y coraje.
No voy a contar en genérico ni en abstracto lo maravilloso que es aprender idiomas; voy a contar lo maravilloso que fue para mí estudiar francés. Por supuesto, táchese «yo», póngase cualquier otra persona, táchese «francés», escríbase cualquier otro idioma y el texto valdrá lo mismo.
Más sabe el diablo por viejo que por diablo
Yo empecé a estudiar francés a la muy respetable y avanzada edad de treinta años. Ya era, pues, una mujer adulta. Me ilusionó la idea de comenzar algo de cero, por el principio de los principios, la cartilla, el catón, el mi mamá me mima. Y comenzarlo bien, poniendo en ello toda mi técnica, aplicando toda mi sabiduría, toda mi astucia acumulada.
Mis compañeras y compañeros de aula eran en su mayoría estudiantes universitarios o recién licenciados en busca de su primer empleo; bien entrenados, pues, en el estudio y con las neuronas frescas. Mi ventaja sobre ellos era mi experiencia. Si a algo he dedicado años en mi vida es a ser alumna; soy, pues, la alumna más resabiada del mundo; he tenido tiempo sobrado de aprender a aprender, a comportarme en un aula, a comprender al profesorado, a cumplir con rituales quizás costosos pero eficaces, lo he puesto en práctica y me ha ido bien.
Como vaca sin cencerro
En la película de Almodóvar La flor de mi secreto el personaje de Marisa Paredes sufre uno de esos reveses vitales que te dejan desorientada, abandona Madrid y vuelve a su pueblo de La Mancha, a casa de su madre, que es Chus Lampreave.
Madre e hija charlan una noche. Chus Lampreave le dice que, cuando la vida te da un sopapo y te desconcierta, no puedes andar por ahí como vaca sin cencerro; tienes que volver a lo tuyo, a lo conocido, a lo que te protege, a lo que te sienta bien.
Eso supuso para mí volver a las aulas. Como siempre fui una empollona, el mundo del pupitre, la maestra, el cuaderno y el libro era todo mío; allí reiné siempre; era lo conocido y lo que sabía hacer. Allí sabía dónde pisaba.
Y, claro, cuando estás en un ambiente que te resulta acogedor y haces algo que sabes hacer y que haces bien, te sientes bien, tu autoestima se infla y te reconcilias contigo misma.
Otros beneficios colaterales para el cuerpo y el alma
Solamente citaré, sin detenerme a explicarlas, todas las cosas buenas que me aportó ir a estudiar convencionalmente a un aula varios días por semana. Para empezar, hice vida social; me codeé con gente joven de la que también aprendí mucho, sobre todo varias lecciones de humildad. Hice contacto con publicaciones, libros, revistas, periódicos, que no conocía y los tuve todos a mi alcance en la biblioteca del centro de estudios. Metí el pie en la cultura francesa, que no es moco de pavo, y que, a su vez, trae consigo una mayor conexión con Europa. Quizás os parezca una bobada, pero me entró cierta conciencia europea.
Y, por si fuera poco, también me cuidé el cuerpo: el paseo de ida y vuelta al centro de estudios no pudo sino mejorar mi salud de chupatintas sedentaria y me obligó también a ver la ciudad, patearla, vivirla más.
Todavía no he hablado del resultado de esos años de estudio, que es quizás lo mejor de todo: desde entonces soy capaz de manejarme razonablemente bien en francés. Leo estupendísima literatura, me entretengo enormemente con la prensa de todos los colores y tanto aquí como allá me defiendo oralmente sin problemas con la gente francófona, que no solo está en Francia, sino también en buena parte de África, en Asia e incluso un poquito de América.

La lengua francesa no es lo único que he estudiado de adulta. Tengo más peripecias de alumna que contar, pero lo dejaré para otras ocasiones. Ha sido un placer.


Muchas gracias, Noemí, por compartir y hacernos recordar las bondades del aprendizaje.

Cuando no está traduciendo, Noemí es una lectora compulsiva y políglota, amante del cine en Zinéfilaz, eficaz acechadora del sexismo como una de las Doce Miradas, que disecciona la actualidad noire en compañía de Calibre 38.

7 comentarios
  1. Una de mis distracciones mas recurrentes en esta vida ha sido estudiar idiomas. No comprendo por qué nunca me planteé estudiarlos en profundidad y poder dedicarme a alguna profesión relacionada con ellos. Yo aprendí francés en el bachillerato. Pero lo aprendí de verdad, no como todos. Luego lo practiqué y mejoré de formas diferentes, casi siempre divertidas. A eso de los 40 decidí refrescarlo. Todos eran jóvenes en la clase y podría repetir muchas de las cosas que tu cuentas de tu propia experiencia. Para empezar lo del viejo y el diablo: engatusé a la que tenía que medir mi nivel con patrañas de viajero y me vi en un nivelazo al que llegaba por los pelos.

    Sabía que eras sabia pero no empollona. Un abrazo

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  2. A mí también me ha gustado estudiar idiomas «presente». Me gusta aprender, y los idiomas me encantan, quizás también por las anécdotas, detalles y conocimientos geográficos, históricos y sociales que te abren el aprenderlos. Pero salvo el euskera, el francés y el inglés del instituto, no he podido profundizar ni consolidarlos. Y practicarlos…. es harina de otro costal.

    Muchas gracias e nuevo, Noe.

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  3. Hola, UNO, querido. Sí, uno de los trucos de alumna viejuna resabiada consiste en meterse al profesor en el bote. Yo, hasta que no lo «seduzco», no paro. Es una especie de síndrome de Estocolmo. Como también he sido profe, sé que en esas funciones necesitas aliados en el aula, así que con ponerse un poquiro de su lado suele ser suficiente. Besos mil.

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  4. noemipastor permalink

    Hola. Ya he escrito un comentario y no sé si ha ido a moderación o qué ha pasado con él. No importa. Lo repito. Si sale dos veces, disculpas.
    Le decía a UNO que las alumnas viejunas sabemos que un buen método es meterse al profe en el bote. De hecho, yo no paro hasta que lo «seduzco». Como también he estado en ese otro lado, sé que los profes necesitan aliados en el aula y siempre les viene bien un adulto cómplice entre el alumnado. Besos.

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    • Hola Noe. Sí, el primer comentario de alguien se modera hasta que un administrador del blog lo aprueba. En ete caso, el susodicho estaba paseando a su perra, y ha tardado un pelín más 😀

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  5. noemipastor permalink

    Hola, GOYO. Yo llevo unos años intentando reengancharme al italiano, porque lo estudié durante dos años y luego lo dejé. Lo que pasa es que, como soy una empollona, o lo hago bien superbién o no lo hago. Y ahora no estoy en condiciones de dedicarle el tiempo que quisiera. Besos.

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